sábado, abril 29, 2006

73) Pequena aula de protocolo em tempos de maneiras pouco educadas...

Los intelectuales y el país de hoy
"Kirchner no debería ignorar el protocolo", dice Enrique Quintana

Para el embajador, causa un grave daño
“No hay nada peor que ser male-ducado y no guardar las formas”, dice el embajador Enrique Quintana, que, como director nacional de Ceremonial, estuvo a cargo de los detalles de las asunciones de los presidentes Alfonsín, Menem y De la Rúa. Quintana ocupó dieciséis puestos diplomáticos en sus cincuenta años de brillante carrera.
“El señor Kirchner no puede jugar con la dignidad y la posición del país, porque arriesga el destino de la Nación”, dice Quintana, en alusión al reciente desaire del Presidente a la reina de Holanda. “Fue una grosería sin igual, algo nunca visto”, agrega, sin poder contener su enojo. Y explica: “Lo que el Presidente considera una frivolidad tiene un valor muy importante en los países que poseen otros conceptos y otra seriedad en el protocolo. Y lo peor es que este tipo de barbaridades se ha cometido prácticamente con todos los países, desde Estados Unidos para abajo...”
El embajador Quintana recibió a LA NACION en su departamento de Palermo, modesto y elegante. En mesas, paredes y vitrinas hay recuerdos de sus misiones diplomáticas por todo el mundo y regalos de reyes y presidentes: cajas de plata con escudos reales, dagas de Arabia y puñales de Indonesia. En una pared luce un icono ruso, negro y dorado. En otra, hay fotografías en las que se lo ve con el rey de España, conversando en un avión con el presidente Alfonsín, con Juan Pablo II y presentando credenciales en Moscú y en Suiza.
A los 89 años, lúcido y sin bastón, formal pero afectuoso, Enrique Quintana, cuyo padre y hermano también fueron embajadores, como él, es descendiente del presidente argentino Manuel Quintana. Es el máximo conocedor de protocolo del país. Habla varios idiomas a la perfección, y durante años tuvo a su cargo la cátedra de Introducción a la Diplomacia y Práctica Diplomática en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación.
Nació en Washington, cuando su padre, Federico Quintana, era embajador con residencia en esa ciudad. Hizo la primaria en Suiza, la secundaria en Alemania, y realizó su formación profesional en la Universidad Católica de Chile y en la Academia Naval del mismo país. Fue embajador en Austria, Indonesia, Líbano, Rusia, Costa de Marfil, Suiza (dos veces) y Marruecos. Cuando estuvo en el Líbano, fue embajador concurrente en Kuwait, Jordania y Arabia Saudita. Además, ocupó puestos en embajadas, consulados y organismos internacionales en La Paz, Londres, Liverpool, Bogotá, Roma, Ottawa, Oslo, Bruselas y Luxemburgo.
-¿Qué importancia tienen las formas en la diplomacia?
-El protocolo es una ciencia política muy importante. No obstante la democratización y modernización de las maneras y de los países, el protocolo sigue siendo esencial, porque su fin es favorecer las negociaciones entre los países con el uso de buenos modales, simpatía y seriedad formal. Está muy lejos de ser algo frívolo. Es más: si un gobierno ignora el protocolo, se genera una atmósfera de antipatía muy perniciosa para los intereses de una nación. Es lo mismo que ocurre con la relación entre las personas: si alguien es maleducado, prepotente, sin gentileza, es difícil que pueda hacer buenos amigos. Un país necesita de países amigos, es decir, de aliados, para prosperar. Este es el secreto del progreso de países como Chile, que nosotros tanto menospreciábamos, y de Indonesia, país que debe su impresionante avance a su gran capacidad para negociar con otras naciones.
-¿Cuál es su opinión sobre la ausencia del presidente Kirchner en la cena que la reina de Holanda hizo en su honor?
-Mire: es la primera vez que voy a manifestarme públicamente al respecto. No soy amigo de la crítica y siempre he sido cultor de un perfil bajo. No forma parte de mi manera de ser el atacar a nadie. Pero ante tantas cosas que acontecen y siendo, como soy, uno de los diplomáticos argentinos que han tenido una carrera más larga y que ha acompañado a distintos presidentes por todo el mundo, tengo la obligación de decirle que lo que hizo nuestro presidente es la máxima grosería que puede cometerse con la autoridad de otro país. ¿Usted se da cuenta? Nuestro presidente, que representa a todos los argentinos, dejó de ir nada menos que a la comida que la reina de Holanda hizo en su honor como retribución y despedida. ¿Y todo por qué? Porque no se le dio la gana de ir. Pero ¡él no puede hacer algo así! Y ya ve usted que la prensa de Holanda y la misma reina de ese país consideraron el desaire un insulto, que es exactamente lo que fue. Ese país fue insultado por la Argentina, y es algo que estamos haciendo continuamente. Otro ejemplo es lo que le hicimos al presidente Bush durante la conferencia en Mar del Plata, que también es inadmisible. Yo creo que Bush no se tomó el avión y se fue porque es mejor educado que nuestro presidente. Con el presidente de Francia, Jacques Chirac, hicimos lo mismo...
-¿A qué atribuye esta conducta del presidente de la Nación?
-Yo imagino que tendrá un propósito político. El sabe que ese tipo de actitudes groseras es bien recibido por cierto sector de la Argentina que, al verlo obrar como un compadrito, debe pensar: "¡Qué presidente macho que tenemos!", cuando en realidad es algo lamentable y que le hace un enorme daño al país. Yo siento la obligación de decir esto en defensa de la carrera diplomática, del país y de mis colegas, que están siendo humillados como nunca lo habían sido antes.
-¿Por qué dice que sus colegas son humillados?
-Porque los cargos diplomáticos más importantes no los ocupan diplomáticos de carrera. Hay algunos diplomáticos que son brillantes; otros que son menos brillantes y otros con inteligencia normal, pero no tenemos ningún diplomático malo como para que prácticamente ninguno sea convocado a cumplir con su deber. Hoy esos cargos son todos puestos políticos, y es una triste realidad para el país. Fíjese que el director nacional de Ceremonial es hoy una persona demasiado joven como para aconsejar al Presidente. Y ésta es otra cosa gravísima para la diplomacia argentina: que el Presidente se rodee de gente obsecuente que le da la razón en todo y jamás lo cuestiona. No hay un tonto peor que el testarudo que no quiere aprender...
-¿Tienen buena formación los diplomáticos argentinos de carrera?
-Excelente. Nosotros tenemos el Instituto del Servicio Exterior de la Nación, que es una alhaja. Todos nuestros diplomáticos surgen de ahí. Pero hoy el Presidente nombra a quienes están favorecidos por sus cuñas políticas. Los embajadores políticos están llenando todas las embajadas, y le puedo asegurar que la mayoría no tiene formación. Ni siquiera hablan dos idiomas, que es una de las condiciones mínimas indispensables para que un embajador represente a nuestro país en el exterior. Nuestros diplomáticos de carrera, en cambio, hablan obligadamente dos idiomas, y muchos dominan hasta cuatro idiomas, como quien le habla, lo que facilita muchísimo la labor diplomática.
-"Ser diplomático" tiene a veces la connotación negativa de que no se es frontal o directo en el trato. ¿Cuál es su opinión?
-La amabilidad es un código de buenas maneras. Nosotros no somos hipócritas. Se necesita cultura, inteligencia y afecto para entenderse con el prójimo de un modo conveniente. Las buenas formas en el trato son un don, pero también son armas que el diplomático sabe utilizar en provecho de su país. Es como cuando se enamora a una mujer. Se utiliza la seducción para la conquista del otro, y la seducción es parte de la inteligencia humana. Se seduce a las personas igual que a los países. Pero con antipatía no se logra nada. Le voy a dar un dato clave: cuando fui embajador en Rusia, que entonces era la Unión Soviética, sus diplomáticos y gobernantes, que eran ciento por ciento comunistas, guardaban las formas de los zares. Se comportaban como zares. Con otra filosofía, por supuesto, pero eran unos perfectos zares. Nadie comía con desarreglo. No se permitían las palmadas ni los abrazos. Los embajadores se ponían uniforme en todas las recepciones importantes. ¿Y por qué era así? Porque esos hombres conocían la importancia de la educación y la simpatía en el trato con las otras naciones. Jamás consideraron el protocolo una frivolidad. Nunca pensaron que ser comunista era incompatible con ser bien educado.
-¿Cuál es la situación de las embajadas argentinas en el mundo?
-Muchísimas embajadas han sido cerradas, como si el país fuera a ahorrar dinero con eso. Es algo inconcebible. Si se cortan las buenas relaciones con los países, se pierden oportunidades de generar buenos negocios. Además, piense usted que el deber de una embajada, entre muchos otros deberes, es cuidar la imagen del propio país en el exterior. No se extrañe, entonces, de que hoy tengamos una muy mala imagen, que día a día empeora aceleradamente. Nos falta presencia en el mundo y representantes idóneos. Insisto: un gobierno serio no puede prescindir de sus embajadores, porque los embajadores son los que defienden los intereses del propio país en el exterior.
-¿Ha estado usted en alguna situación, como embajador, en la que se vio obligado a ser violento o grosero para ser eficaz?
-No. En cincuenta años de profesión, no he tenido que ser grosero jamás.
-¿Cuál fue el presidente argentino más diplomático que usted haya conocido?
-Arturo Frondizi, que me llamó en su momento para que fuera director nacional de Ceremonial de su gobierno. El fue el único estadista argentino que yo haya conocido, y el más talentoso. A pesar de que era introvertido y de una comunicación difícil, entablaba una excelente relación con sus colaboradores. Una vez lo llamé para consultarle algo y me dijo: "Embajador, yo no lo he nombrado para que me consulte, sino para que me diga". El quería que yo tomara decisiones, que fuera libre en mis pensamientos y que lo aconsejara, porque me había ganado su confianza. Así obra un estadista con los que lo rodean. También debo decir que Alfonsín es un hombre inteligente y amable, de maneras señoriales, y afectuoso, además de muy buen político. Estuve dos veces con él, a pesar de que no soy radical ni de ningún otro partido, porque así me lo exige mi profesión, lo que no significa que no tenga mis preferencias. Pero, como le decía, a Alfonsín nunca lo vi fastidiado ni soberbio. Y lo mismo puedo decir de Menem, al que le renuncié. El también tenía muy buenas maneras.
-¿Puede suceder que las buenas maneras tengan un trasfondo de cinismo y que una suavidad extehttp://www.blogger.com/img/gl.link.gifrior oculte una aspereza interior o una mala intención?
-Claro que es posible, pero la amabilidad es siempre algo bueno. El protocolo, como dije al principio, es una ciencia política importantísima, que no puede despreciarse desde ningún aspecto. Y le diré más: quien desprecia el protocolo no sólo lo hace por mala educación, sino por algo más grave: el resentimiento y la envidia. Cuando el Presidente desaira a la reina, lo hace para conformar a quienes están enredados en el odio hacia lo que es mejor que lo nuestro. Estamos siendo envidiosos por nuestra propia incapacidad. Nos sentimos incómodos con nosotros mismos.
-¿Encuentra alguna relación entre las malas maneras de algunos gobernantes y la embriaguez de poder?
-Mire: nadie puede estar tan embriagado de poder o de alcohol que no sepa lo que hace. En todo caso, el ebrio se escuda en su estado para hacer y decir lo que le plazca. Mi padre me dijo una vez: "Tené mucho cuidado, porque cuando un ebrio o un tonto te insulta, sabe muy bien que te está insultando, así que lo tenés que tratar igual que si estuviera sobrio".
Por Sebastián Dozo Moreno
Para LA NACION

LA NACION | 29.04.2006 | Página 1 | Política

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